El agotamiento del Ciclo de las villas
La necesidad
de tener una ciudad más justa
El ciclo de las villas y el mercado inmobiliario
informal
En las
villas, los inquilinos no pueden de convertirse en propietarios y muchos se
convierten en parias urbanos. La capital del país se convirtió en un lugar
inaccesible para los trabajadores de menores ingresos. Esto se puede revertir
regulando el mercado de viviendas y de suelos.
Autor: María Cristina Cravino Antropóloga.
Universidad Nacional de General Sarmiento – UNGS
Los hechos
ocurridos en diciembre del 2010 en el Parque Indoamericano y en el Club
Albariño desnudan la realidad de muchos vecinos de la ciudad de Buenos Aires,
los que se ven expulsados de las villas sin más opciones que ocupar algún
sitio, más bien cualquier sitio en la ciudad. Muestran, por lo tanto, la
complejidad que ha ido adquiriendo habitar una villa y postulamos que
evidencia, en particular, el agotamiento de un ciclo de crecimiento de las
villas.
Todo esto
sucede en el marco en que muchos otros habitantes de la ciudad se ven
desplazados a estos barrios por no acceder a una vivienda en el mercado y por
la falta de programas de vivienda o el desfinanciamiento de los existentes y
por la nula inversión estatal en el mejoramiento de estos barrios.
Las villas
de la ciudad de Buenos Aires albergan a alrededor de 200 mil personas, el doble
que en 2001 y cuatro veces más que en 1991. Esto es una señal de la importancia
que adquieren estos barrios como forma de habitar la ciudad. Hay distintas
formas de clasificarlas e incluso algunas ni siquiera son reconocidas como
tales por los registros oficiales. Son alrededor de una veintena, mientras
llegan casi a un millar en el Área Metropolitana de Buenos Aires. En la Capital
Federal comenzaron a repoblarse una vez recuperada la democracia, post
desalojos violentos y masivos de la última dictadura militar.
Las villas
se concentran en la zona sur y ya llevan más de 30 años de dinámica urbana y
social de crecimiento. Además, el sur concentra otros déficit, como de
educación y salud, que en los últimos años han sido desatendidas
particularmente.
Nuevas
generaciones nacidas en las villas necesitan más viviendas y más ciudad. Estas
familias sólo encuentran lugar en las mismas villas que nacieron (donde viven
sus padres) o en otras similares. Paralelamente, la última década fue escenario
de un proceso de crecimiento de los desalojos en la ciudad de viviendas
ocupadas (vía judicial o administrativa), mientras que algunas políticas de
contención (como la de alojamiento en hoteles pensión para los “sin techo”)
fueron desarticuladas (en principio porque no reunían las condiciones mínimas y
luego por desinterés) y no se generaron mejores opciones, sino que por el
contrario, empujaron más gente a las villas. Los desalojos de algunas villas
generaron el mismo proceso, al igual que el cierre de muchos hoteles pensión.
Los escasos subsidios del Gobierno de la Ciudad sólo alcanzan para el alquiler
en una villa, mientras existen centenares de viviendas ociosas de propiedad.
Desde hace
15 años las posibilidades de vivir en una villa se vinculaban cada vez más a la
posibilidad de alquilar un cuarto con baño compartido, donde viviría toda la
familia, sin importar la cantidad de miembros. Suelen ser habitaciones de menos
de 10 metros cuadrados, muchas sin ventilación y donde se cocina con una
garrafa. El alquiler era la puerta de entrada a la villa y la villa ya había
pasado a ser una forma estable de vivir en la ciudad (sin opciones de salida).
Sin embargo,
podemos decir que este ciclo comienza a agotarse. Mientras tanto, los
servicios, construidos mayoritariamente por los mismos vecinos, desde hace ya
varios años muestran signos de colapso: constantes cortes de electricidad,
cloacas desbordadas, agua escasa y de dudosa calidad, falta de iluminación y de
servicios de recolección de residuos y menos aún servicios de seguridad
suficientes.
El miedo a quedarse sin
casa
Debemos distinguir
dos tipos de alquiler: algunos vecinos alquilan uno o dos cuartos de su
vivienda como forma de obtener un ingreso. Se mueven por la lógica de la
sobrevivencia ya que no tienen trabajo o posibilidades. Los locadores son por
lo general mujeres solas con chicos, ancianos, discapacitados, con enfermedades
crónicas o desocupados de larga data.
Por otro
lado, se encuentran edificaciones donde pueden existir 20 o 30 cuartos con
baños que se comparten. Estos edificios se suelen llamar inquilinatos. Sus dueños,
por lo general, viven en la planta baja. Esta práctica no es bien ponderada por
los vecinos, más bien, por el contrario, son vistos como personas que obtienen
ingresos muy por arriba de la inmensa mayoría de los habitantes de las villas a
costa de sus vecinos. Estos “propietarios” no permiten que un inquilino
permanezca en el lugar por varios años, debido al miedo de que los inquilinos
se sientan “dueños”.
A su vez,
cuando un locatario no puede pagar, inmediatamente debe dejar la pieza, sin
ningún tipo de contemplación de la necesidad de un alojamiento. Esto hace que
los inquilinos vivan con el miedo de quedarse en cualquier momento sin casa: o
porque el “dueño” decide no tenerlo más o porque no se tiene dinero para pagar
el cuarto y quedar en la calle.
En nuestros
estudios encontramos una fuerte relación entre la nacionalidad del
“propietario” y del inquilino, es decir, los bolivianos acostumbran alquilar a
sus connacionales, lo mismo que los paraguayos y los peruanos, en menor medida
los argentinos. Se accede al alquiler por la información que circula de boca en
boca en los barrios. Las redes sociales previas son centrales para la
circulación de la información.
La dificultad de
convertirse en “propietario”
Las
trayectorias habitacionales han mutado profundamente en las últimas décadas.
Antes de la mitad de la década de los ’90, aquellos que llegaban a una villa lo
hacían a casas de parientes o paisanos. Con el correr del tiempo, construían
una nueva vivienda en la villa, ocupaban un lote vacío y así el barrio iba
creciendo en población. Luego, cuando se agotó el suelo para ocupar, comenzó el
proceso de verticalización (y densificación), es decir, la construcción en
altura (que hoy puede llegar hasta seis pisos), fundamentalmente para el
alquiler. De todas maneras, las trayectorias continuaban con la posibilidad,
luego de algunos años de ahorros o algún préstamo, de pasar a ser “propietario”
de una casa en la villa. Eso podía suceder cuando los inquilinos eran un 10 o
15 por ciento de los habitantes, ya que existe una rotación, de los que se
mudan para volver a sus lugares de origen o para ir a otro lugar de la ciudad
(o por el ciclo de vida de las unidades domésticas).
Actualmente
podemos estimar que un 40 por ciento de los que viven en las villas se encuentran
en condición de inquilinos. Por lo tanto, es imposible que tengan chance de
convertirse en “propietarios” (porque además como la demanda aumenta, también
lo hacen los precios) y jamás habría tanta cantidad de viviendas en venta como
todos los inquilinos que quisieran comprar una.
Por otra
parte, existe la venta de viviendas en estos barrios por parte de aquellos que
lo hacen porque necesitan el dinero ante una urgencia (particularmente salud o
desocupación) o porque deben mudarse (por muchas razones, desde familiares,
cambio de trabajo, migración a otros lados o vuelta a sus lugares de origen).
Encontramos que los precios varían mucho de acuerdo con los criterios con los
que fijó el precio el “propietario”. Este precio se vincula al dinero que necesita
para un fin, al monto de materiales que invirtió o a lo que cree que vale la
casa.
En estos
casos encontramos que no existen intermediarios, ya que se trata de un mercado
cara a cara y flexible en cuanto a las condiciones de venta. En algunos casos,
se vende la vivienda en cuotas. Se suelen hacer documentos de la transacción, y
muchas veces se solicitan testigos que acreditan la operación a fin de evitar
reclamos. A la compra se accede por la información que circula en los barrios,
y en algunos casos por los carteles y la dinámica del mercado tiene que ver con
las coyunturas y la movilidad residencial de los sectores populares.
En síntesis,
el mercado inmobiliario informal (el adjetivo se vincula a que no se registra
oficialmente) se da en el marco e incrustado a la sociabilidad barrial de las
villas y sólo puede comprenderse por ello, ya que los que alquilan
frecuentemente conocen a los “propietarios” y lo mismo sucede entre los
compradores. Esta sociabilidad se expresa también en la importante presencia de
parientes o amigos entre los residentes de las villas. Por su parte, estas
redes sociales implican, tal como lo han estudiado investigaciones clásicas de
la antropología, formas de contención social para préstamo de dinero o
alimentos, cuidado de niños o ayuda en la construcción o arreglos en las
viviendas.
Parias urbanos
Esta fuerte
presión en el alquiler, en particular desde aproximadamente cinco años (cuando
comienza a incrementarse el precio del arriendo en proporciones muy altas), y
su imposibilidad de sostenerlo para miles de familias, hacen que se
multipliquen las ocupaciones en los lugares intersticiales de las ciudades y de
las villas inclusive. En todos los casos, los que ocupan son inquilinos que no
pueden acceder a la compra de una vivienda en la villa (como máxima aspiración)
o no pueden pagar el creciente aumento del costo del alquiler (que se ha
multiplicado en aproximadamente 8 veces en 4 años), como explicamos muy por
arriba de la inflación. Así hubo sucesivas ocupaciones en espacios contiguos a
las villas 31 bis, 31 (Retiro), 1-11-14 (Bajo Flores), 21-24 (Barracas) y 20
(Lugano), 15 (Mataderos) y en otros espacios libres, particularmente en tierras
ferroviarias, tal como sucedió en los barrios de Barracas, Palermo, Paternal,
Chacarita, Caballito y otros. Utilizando el término de Wacquant, son los
“parias urbanos”, lo que ya no encuentran ni en la villa un lugar donde vivir.
Por eso podemos decir que se trata de la rebelión silenciosa de los inquilinos
de estos barrios, los nuevos habitantes de la ciudad.
Sin duda, en
esta situación de desesperación muchas familias inquilinas se embarcan en
propuestas de compra de espacios a ocupar que organizan ciertos personajes que
los medios han llamado la “mafia” o los actores de los “negocios inmobiliarios”,
es decir de aquellos que se aprovechan de la situación y cobran la valentía de
ocupar espacios libres (de cualquier calidad), porque la gente tiene miedo a
los desalojos, a la violencia y no siempre se anima a ser pionera. Otros,
seguramente, aprovechan la situación de desesperación para generar acciones de
presión política, pero como sostuvimos en una columna de opinión con Gabriel
Kessler, el trasfondo no es un problema de seguridad-inseguridad, sino la
absoluta falta de opciones habitacionales para las nuevas familias villeras y
otros habitantes de la ciudad con bajos ingresos. Estos hechos además colocan
sobre la superficie de nuestra sociedad la profunda xenofobia de los porteños,
que en su discurso convierte en victimarios a las víctimas y criminaliza la
condición de pobreza y obtura la pregunta: ¿qué políticas de acceso a la ciudad
existen para los vecinos (transitoriamente también “okupas”) que no acceden por
la vía del mercado a un lugar donde vivir, mientras el Estado local se preocupa
por la estética urbana (de la zona norte, tal como lo evidencian las costosas
esquinas remodeladas) y no encara la solución del déficit habitacional que el
censo anterior ya arrojaba la escalofriante cifra de 500 mil personas en una
ciudad de menos de 3 millones?
Es decir,
los más pobres hoy están obligados a tener dinero constante para conseguir un
lugar donde habitar en la ciudad, inclusive para vivir en una villa como
inquilinos, siempre en situación inestable. Esta es la razón de por qué también
crece la cantidad de personas que viven en la calle. Estos datos evidencian la
necesidad de regular el mercado de la vivienda, pero en particular el del
suelo, generando cambios en la normativa urbana que faciliten el acceso a la
ciudad para los trabajadores con menos ingresos, si es que queremos generar
ciudades más justas y cumplir con los derechos constitucionales. En particular,
los inmigrantes de países vecinos son objeto de discriminación en el mercado
inmobiliario. Por ejemplo, si desean alquilar porque sus ingresos lo permiten y
teniendo documentación argentina y empleo formal, no lo pueden hacer porque se
les niega la posibilidad del alquiler de departamentos o casas sólo por su
condición de nacionalidad, paradójicamente cuando está en alza el alquiler a
europeos, norteamericanos o extranjeros de otro origen.
Instrumentos
como el alquiler social o lotes con servicios (este último se ha comenzado a
debatir en diferentes ámbitos gubernamentales) son posibilidades que deben ser
tenidas en cuenta a la hora de buscar soluciones a las pésimas condiciones
urbanas en las que habitan los vecinos de la ciudad, mientras se requiere
facilitar el acceso al crédito a los sectores medios, que inclusive ellos se
ven desplazados de las formas en que habitualmente se insertaban en la ciudad.
A.
¿A qué se
refiere la autora con "agotamiento del ciclo de las villas"? ¿Qué
signos de este fenómeno señala?
B.
¿Qué es un
locador? ¿Qué tipos de locadores señala? ¿En qué se diferencian?
C.
¿Por qué
crecen las ocupaciones de terrenos? ¿Considera la autora que esto deba ser
tratado como un problema de seguridad-inseguridad ¿Por qué, qué dice al respecto? ¿a qué
actores señala como sacando provecho de las ocupaciones?
Comentarios
Publicar un comentario