Trabajo informal, trabajo precario y economía popular (Juan Grabois)
6/10/2014
¿Informal o Precario?
En los últimos días se produjo cierto
revuelo mediático por la difusión de un informe de la OIT y otro informe de la
UCA sobre la llamada “informalidad laboral” en la Argentina. La publicación de
cifras cercanas al 50% causó –según el Ministro de Trabajo- zozobra. Más allá
de las intenciones espurias y la liviandad conceptual de los grandes medios, el
problema existe y no es nuevo. Las estadísticas están disponibles hace años y
reflejan un fenómeno global: la desaparición del paradigma del trabajo
asalariado como modus vivendi predominante de los sectores populares urbanos.
Para comprender mejor el tema es necesario
hacer algunas aclaraciones. Las estadísticas de informalidad lo que reflejan es
la falta de inscripción en los registros oficiales de un determinado porcentaje
de trabajadores que ronda entre el 40 y el 50 por ciento según quien la mida.
El trabajo informal o “no registrado” se divide en dos grandes categorías:
1. El trabajo dependiente (comúnmente conocido como trabajo en
negro) tanto de empresas formales como de empresas informales;
2. El trabajo independiente , sea
individual (cuentapropismo) o colectivo (cooperativas y otras formas de trabajo
asociativo)
Sin embargo, esta categoría expresa tan
sólo uno de los aspectos del problema, no es ni el principal ni el más
extendido. Cuando se habla de informalidad estamos contemplando el
encuadramiento del trabajador dentro de las formas institucionalizadas de trabajo
y -en particular- la cotización de aportes a la seguridad social (ANSES y otras
cajas). El concepto de informalidad no nos habla ni de salario, ni de derechos,
ni de condiciones reales de trabajo.
El fenómeno laboral más extendido en el
marco de la globalización neoliberal no es la informalidad sino la
precarización del trabajo. La precarización no se circunscribe al
sector informal. Existe una enorme cantidad de trabajadores dependientes
registrados o parcialmente registrados (formales) en situación de precariedad.
Los municipales y los textiles son tal vez los ejemplos extremos. Sus salarios
son inferiores al mínimo vital y móvil; sus condiciones laborales, deplorables.
Cuando se habla de trabajo precario no se
analizan sistemas registrales sino condiciones reales de labor, ingresos,
derechos. ¿Quién fija la regla de la precariedad? La OIT establece una regla
que podría plantearse como un piso innegociable de derechos para todos los
trabajadores. La denomina trabajo decente y abarca al menos los siguientes
aspectos: a) respeto a los derechos laborales; b) ingresos adecuados y
protección social para la familia; c) seguridad e higiene laboral d) diálogo
social, libertad sindical, negociación colectiva y participación.
El concepto de precariedad laboral explica
mejor la situación de los trabajadores en la Argentina y el mundo que el de
informalidad porque nos habla de la conculcación de derechos. En nuestro país,
sin ninguna duda, más del 50% de los trabajadores –formales o informales,
independientes o asalariados- están en situación de precariedad. Y aún así, la
Argentina tiene uno de los mejores indicadores de América Latina!
Los trabajadores excluidos y la economía
popular
Existe, además, un núcleo duro de la precariedad: los
trabajadores excluidos. Para encontrarlo hay que salir del “centro” del
sistema económico e ir a las periferias, meterse adentro de las villas, en los
basurales, en la ferias a cielo abierto, en los talleres clandestinos, entre
los cartoneros, en los vagones del tren, entre los paños de los manteros, en
las paradas de los motoqueros, en los montes santiagueños, en las fábricas
recuperadas, en las cuadrillas de los programas sociales.
Se trata no solo de trabajo informal y
precario sino también de una forma de precariedad e informalidad que no es
susceptible de ser superada sin un cambio radical en la orientación del Estado.
Nuestros compañeros no están en negro, sus procesos de trabajo no se van a
regularizar con moratorias, sus problemas no se pueden abordar desde la lógica
del sector privado. ¿Por qué? Porque estos trabajadores se encuentran en un
sector económico emergente que el Estado se niega a reconocer: la economía
popular.
Nosotros definimos la economía popular
como el conjunto de actividades económicas, unidades productivas y oficios de
subsistencia que desarrollan los sectores más empobrecidos de la clase
trabajadora como alternativa a la insuficiente oferta de empleo asalariado.
Estos procesos tienen como característica común que los “medios de trabajo”
(herramientas, maquinaria, mercancías, instalaciones o espacios de venta) están
al alcance de los sectores populares, fundamentalmente porque han sido
descartados por el Capital como instrumentos de acumulación o porque el pueblo
pobre los ha conquistado en la lucha.
Así, nuestros medios de producción pueden
llegar a ser grandes fábricas abandonadas por sus patrones o importantes
extensiones de tierra fértil recuperada, aunque en general se trata de
carretas, pequeños talleres, vehículos desvencijados, pequeñas parcelas y muy
especialmente, del espacio público.
La forma laboral típica que asume el
sector popular de la economía es el denominado trabajo independiente. Se trata
de actividades por cuenta propia en las que no existe relación laboral de
dependencia porque no hay patrón, pero sí existe una fuerte dependencia
económica del Estado, la política y el mercado. Debido a esta fuerte
vulnerabildiad socioeconómica, sería ridículo decir que nuestros compañeros son
"autónomos" asimilándolos a un abogado en su estudio, un psicólogo en
su consultorio o un diseñador freelance frente a su Mac. Los cartoneros, los
vendedores ambulantes, los motoqueros, los feriantes, los campesinos son
algunos ejemplos de actividades por cuenta propia de mera subsistencia que se
pretende encuadrar como trabajo autónomo.
Otra forma extendida de laburo en el
sector popular de la economía es el trabajo dependiente en empresas informales
altamente precarias. Se trata de pequeñas unidades productivas que ni por asomo
podrían formalizarse conforme a los estándares laborales, tributarios y hasta
bromatológicos del sector privado. Un kiosquito de barrio, un galpón cartonero,
un taller familiar, en general “propiedad” de personas de la misma condición
social de sus dependientes, muchas veces vecinos. En este segmento existen
niveles de estratificación y –podría decirse- explotación inaceptables pero que
no pueden ser abordados como meros problemas de policía del trabajo ni
asimilarse al “trabajo en negro”.
Una “tercera modalidad” que va creciendo
dentro de la economía popular es el asociativismo. No se trata de ese
“cooperativismo blanco” del Banco Credicoop ni las utopías de la “economía
social” sino de algo bien distinto: son organizaciones productivas del pueblo
pobre que asumen formas que no siempre concuerdan con los cánones
“democráticos” ni los estándares administrativos del cooperativismo
tradicional. Gracias a la intervención de una militancia popular verdaderamente
comprometida, estas unidades productivas se multiplican y se perfeccionan tanto
en los aspectos técnicos como en las formas cada vez más comunitarias de
cohesión interna.
El universo de los trabajadores de la
economía popular queda así circunscrito a los trabajadores que desarrollan
actividades laborales -individual o colectivamente- dentro del sector popular
de la economía, ello
con independencia de la forma jurídica o la modalidad relacional que adopte su
actividad. Este verdadero gremio de los excluidos y su sindicato más
representativo (la CTEP) deben ser reconocido urgentemente por el Estado si se
pretende superar esa gran injusticia contemporánea: la precariedad laboral
extrema; y su expresión institucional: la informalidad.
Una hoja de ruta para la superación de la
“informalidad”
Nosotros sostenemos que el primer derecho de
un trabajador es el derecho a organizarse. No entendemos la integración social
como un proceso lineal donde un sujeto activo (el Estado, la “sociedad”)
subsume a un sujeto pasivo (“los excluidos”) dentro de sus estructuras sino
como un proceso dialéctico en el que las contradicciones sociales se resuelven
en una síntesis superadora a partir del desarrollo de los conflictos mediante
la lucha, la negociación y el acuerdo. Esto implica el reconocimiento del otro,
de la contraparte, en este caso, de nuestros compañeros como sujeto social, de
sus luchas como legítimas y de sus organizaciones sectoriales como
interlocutores. Eso es el empoderamiento del que tanto se habla últimamente.
Desde las organizaciones populares que
-encabezados por el movimiento piquetero- hemos sostenido sin herramienta
institucional alguna las reivindicaciones laborales de los excluidos -este
“núcleo duro de la precarización”- hicimos un enorme fuerzo en pos de la
unidad. Dejemos de lado diferencias políticas, personales, ideológicas,
identitarias para constituir un organismo gremial de masas. El Estado, en
cambio, no puede asumir este desafío, tal vez porque es más fácil conducir a
este sector social desde la atomización organizativa e invisibilizando su
representación gremial diluyéndola en una multiplicidad de representaciones
político-sociales.
Algunos críticos de nuestra propuesta
dentro del Estado y el movimiento obrero señalan que el reconocimiento de un
sindicato de estas características implica institucionalizar la precarización
laboral, que será utilizado por las patronales para flexibilizar a los
trabajadores dependientes y que en definitiva si la economía marcha bien el
sector “popular” o informal tenderá a desaparecer, hipótesis que la evolución
socioeconómica mundial parece descartar.
Para responder a este planteo, es
necesario recordar que los primeros sindicatos también fueron de trabajadores
informales porque, precisamente, se crearon para regular relaciones laborales
que en su momento se regían por una supuesta “libertad contractual” entre
obreros y patrones. Además, visibilizar y darle voz a un sector no implica en
lo más mínimo legitimar las injusticias que padece. Por último, se debe
destacar que nuestro propio estatuto sindical establece que ningún convenio que
se firme puede ir en detrimento de la Ley de Contrato de Trabajo ni los
Convenios Colectivos vigentes. Como bien saben los técnicos del ministerio, los
derechos de los trabajadores en relación de dependencia son irrenunciables e
indisponibles por lo que ese supuesto resquemor al caracter flexibilizador de
nuestra propuesta no tiene ningún fundamento jurídico rea.
El reconocimiento gremial de la CTEP como
sindicato no es solamente un deber del Estado Argentino en el marco de la
normativa de la OIT y de la posición de la delegación nacional en la 103
Conferencia Internacional del Trabajo (en la que, dicho sea de paso, una
cartonera afiliada a la CTEP se lució con su exposición), sino que además
permitiría discutir en un ámbito paritario legítimo los problemas del sector
que tanto barullo han generado y encauzar la “conflictividad social” que
preocupa al poder político por carriles constructivos. El reconocimiento de los
“informales” como trabajadores y la institucionalización de su sindicato es la
única forma de superar la informalidad.
En ese marco, la CTEP impulsa una serie de
propuestas que –de alguna manera- dan respuesta a los planteamientos que dieron
origen a los debates de esta semana. Entre otros temas podemos enumerar:
· Universalización de la Seguridad Social: la ANSES debería garantizar a los
trabajadores de la economía popular el acceso a los subsistemas de la seguridad
social como aportes previsionales, obra social, riesgos del trabajo y
asignaciones familiares; y a las licencias básicas de maternidad y enfermedad
mediante un Régimen Especial de Contribuciones para Trabajadores de la Economía
Popular a partir de los aportes de los sectores empresarios que se benefician
con el trabajo de nuestros compañeros y del propio estado que reconoce el rol
social y la dimensión subjetiva del trabajo.
· Regularización de Unidades Productivas
Populares: el
desarrollo de un esquema progresivo para la formalización de las empresas
informales. Esto no implica pretender hacer encajar la realidad de los sectores
pobres en los esquemas del mercado sino, por el contrario, encontrar
creativamente regulaciones y normativas que permitan dignificar las condiciones
de producción y trabajo del sector popular.
· Complemento de Ingreso: el desarrollo de una política masiva de
complemento de ingreso vinculada a las actividades y oficios populares para que
ningún trabajador esté por debajo del mínimo vital y móvil.
· Diseño de una política única, coordinada y
coherente de trabajo comunitario remunerado: la participación protagónica de los
trabajadores de la economía popular en el diseño, implementación y control de
los programas sociales con contraprestación laboral puede ayudar a reducir la
fragmentariedad, feudalización e incoherencia en el manejo de los valiosos
programas de ingreso social con trabajo que implementa el gobierno nacional.
Para finalizar quiero dejar sentada una
posición que no es mía sino de todos los trabajadores y militantes sociales que
impulsamos la institucionalización y agremiación de los trabajadores de la
economía popular: no se trata aquí del reconocimiento a una agrupación sino de
la integración de todo un sector social excluido, proceso que en la Argentina
conocimos durante el gobierno de Perón con la irrupción de los trabajadores. La
creación de un sindicato democrático y reconocido de los descamisados del
presente, a los nuevos cabecitas, es condición necesaria y el primer paso para
superar la informalidad y, sobre todo, la precarización laboral.
- Juan Grabois - Secretario de Formación de la
Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP)
http://www.alainet.org/es/active/78072
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